Julieta Jares

Artista plastica argentina. Pinturas oleos cerámicas

25 agosto, 2010

Botanica

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La enfermedad es aún un concepto incomprendido por el hombre y por la sociedad. La enfermedad contemporánea se pretende física. La enfermedad es el opuesto de la salud, que también es física. En definitiva y actualmente, la enfermedad del cuerpo es lo que más nos acerca a la muerte, a la idea de la completa desaparición material. El deterioro del cuerpo es el horror. La seguridad de su putrefacción nos imposibilita entender la necesidad de la enfermedad. El miedo es más grande que la curiosidad.
Y la sociedad esconde la enfermedad. El hombre oculta los síntomas que lo separan de la imagen social de la salud, que a su vez canoniza cierta belleza enfermiza y mediática. Unos valores en crisis, que a la luz de cualquier debate filosófico no se pueden sostener.
Pero el hombre y la mujer alienados responden a esta sistematización de la salud y de la enfermedad, a esos órdenes capitalistas de la belleza y de la fealdad y sobreviven de acuerdo con ellos como mejor pueden.
Ya vemos entonces que la sociedad oculta su propia corrupción (no sólo física, por otro lado). ¿Pero qué sucede realmente cuando aparece la enfermedad, qué pasa cuando se muestra? ¿Qué cosa denota además del temor a la muerte? En definitiva, estar enfermo, en un primer momento, implica la ruptura de un equilibrio, que se manifiesta físicamente; pero que ninguna ciencia puede afirmar con seguridad que se trata sólo de esos síntomas y sólo de ellos y de nada más.
Entonces, yo me pregunto: ¿No es necesaria la enfermedad para poner en evidencia esta crisis de valores contemporáneos? Y qué mejor que el terreno artístico (que se vale de la materia para expresar ideas o sensaciones) para enfrentar este conflicto. Por lo tanto: ¿Es necesaria la enfermedad en el arte?

Oleo s/tela, 120x120 cm. 2007

La Espalda

La Espalda

Oleo sobre tela. 150x120. 2008

Clickea la imagen para ver "Des Maladies"

Clickea la imagen para ver "Des Maladies"

Oleo s/tela, 150x120cm. 2005

Durante los últimos años del colegio secundario, trabajé en el consultorio médico de mi padre, cumpliendo distintas funciones. Ese es quizás uno de los primeros contactos con el mundo de la medicina que se me ocurre referir. Y es inevitable que piense también en cierta enfermedad que padecí y que me mantuvo preocupada durante un buen tiempo. Más o menos por esa misma época, me encontraba yo investigando un poco de anatomía en relación con el dibujo y, consultando las bibliotecas de mi familia (mi abuelo, mi padre y mi madre son médicos), me topé con un libro que sería, en poco tiempo, la base de buena parte de la obra pictórica que realicé hasta el momento y la cual representa el corpus a desentrañar en esta nueva investigación. El libro es un viejo manual francés, que comenta y ejemplifica varios tipos de enfermedades venéreas de la piel e ilustra diversos casos en un apéndice con 86 láminas en color. Las imágenes que muestra son realmente aterradoras, pero el modo como están exhibidas resulta igual o más llamativo, ya que incluyendo la composición del cuadro, la iluminación y la notable edición posterior del color, infieren sino una intención al menos una ineludible casualidad estética.

En mis pinturas reproduje varias de dichas fotografías pero de un modo muy poco naturalista y más bien abstracto. En mis pinturas hay sexos enfermos y cuerpos desmembrados por el encuadre, al igual que en las fotos; pero el tratamiento del color (en especies de veladuras materializadas con capas y más capas de óleo), la difusión de la figura y la selección de un no-fondo, dejan translucir una necesidad estética. Así es que en esta suerte de dicotomía natural de mi proceso de trabajo monté mi investigación. La contradicción entre el horror que podría provocar el tema (que fue una elección casi inconsciente o un camino metafísico) y la selección (consciente) de distintos procesos de embellecimiento.

Oleo s/tela, 150x120 cm, 2003

Oleo s/tela, 2004, 100x160cm.

Oleo s/tela, 2004, 120x120 cm.

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