Julieta
Jares es otra flor difusa y tridimensional, cuya carnadura pictórica cruje en
sus propias obras. Luego de Des Maladies,
ese conjunto conceptual de pinturas monocromas, literalmente veladas por una
“necesidad de la enfermedad en el arte”, aparece en su obra esta suerte de
desvío lúdico y experimental, que a diferencia de aquellas virulentas imágenes
pasteles; sino premeditadas, inconscientemente reunidas por una temática y un
estilo, cuaja aquí bajo la sombra caótica propiciada por los soportes.
En
esta ocasión, los formatos y estilos dispares están dados por la informalidad
de dichos soportes, que más allá de unos pocos regulares bastidores, usualmente
se trata de elementos medicinales, hallados entre las antigüedades quirúrgicas
de su familia (una larga casta de sanadores) u objetos encontrados en las
calles de La Boca, el pintoresco barrio donde la artista tiene su hogar y su
atelier. De este modo, postigos de puertas desvencijadas, marcos de ventanas
moribundas, harapos, viejas agujas de acero, ventosas de vidrio y alambres, se
encastran, se pegotean, se cosen y se amalgaman para construir objetos de arte,
que quiebran la bi dimensión de la pintura ortodoxa y se animan al embellecimiento
de lo horriblemente cotidiano y tangible, reforzando aquella noción metafísica
que venía planteando su entero corpus pictórico.
No
es difícil vislumbrar entre los motivos florales y los arcanos reconfigurados,
el fuerte vínculo que mantiene la artista con el Tarot y la Botánica. Así,
retomando el cuerpo y la medicina, y convidando a nuestros sentidos con nuevas
alternativas temáticas, entre líquenes y lunas, espejos y mujeres colgadas,
verrugas y flores apabullantes (nuevamente cerca de Georgia O’Keefe), esta
colorida sortílega nos engualicha de un modo perturbador y nos prepara, cual
esbirros de Proserpina, para su próximo, oscuro desvío hacia los jardines del
mal.
Carlos
Di Lorenzo, Septiembre 2010