27 junio, 2018


Julieta Jares es otra flor difusa y tridimensional, cuya carnadura pictórica cruje en sus propias obras. Luego de Des Maladies, ese conjunto conceptual de pinturas monocromas, literalmente veladas por una “necesidad de la enfermedad en el arte”, aparece en su obra esta suerte de desvío lúdico y experimental, que a diferencia de aquellas virulentas imágenes pasteles; sino premeditadas, inconscientemente reunidas por una temática y un estilo, cuaja aquí bajo la sombra caótica propiciada por los soportes.



En esta ocasión, los formatos y estilos dispares están dados por la informalidad de dichos soportes, que más allá de unos pocos regulares bastidores, usualmente se trata de elementos medicinales, hallados entre las antigüedades quirúrgicas de su familia (una larga casta de sanadores) u objetos encontrados en las calles de La Boca, el pintoresco barrio donde la artista tiene su hogar y su atelier. De este modo, postigos de puertas desvencijadas, marcos de ventanas moribundas, harapos, viejas agujas de acero, ventosas de vidrio y alambres, se encastran, se pegotean, se cosen y se amalgaman para construir objetos de arte, que quiebran la bi dimensión de la pintura ortodoxa y se animan al embellecimiento de lo horriblemente cotidiano y tangible, reforzando aquella noción metafísica que venía planteando su entero corpus pictórico.



No es difícil vislumbrar entre los motivos florales y los arcanos reconfigurados, el fuerte vínculo que mantiene la artista con el Tarot y la Botánica. Así, retomando el cuerpo y la medicina, y convidando a nuestros sentidos con nuevas alternativas temáticas, entre líquenes y lunas, espejos y mujeres colgadas, verrugas y flores apabullantes (nuevamente cerca de Georgia O’Keefe), esta colorida sortílega nos engualicha de un modo perturbador y nos prepara, cual esbirros de Proserpina, para su próximo, oscuro desvío hacia los jardines del mal.




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Carlos Di Lorenzo, Septiembre 2010