
29 septiembre, 2010
El brazo de la galaxia se expande
ante mí. Niñas y mujeres deshechas aúllan a una luna ocre anticuada. Por un
momento, el curso del Leteo se detiene y, siempre que me repita, tomaría este
mismo instante para regodearme en la música espesa de estas ventanas
infernales. Los colores son del tiempo y no del creador. El pincel es del Gran
Mentiroso. Y la luz (en una dimensión opuesta a alguien se le hubiera ocurrido
llamarle tiniebla) es lo más parecido al reflejo del alma.
En una lectura pueril: las burbujas velludas
del tiempo escapan por los oídos de la mujer dormida. La mujer sueña con una
espada que pende sobre una morena descontracturada. (En la dimensión opuesta)
la mujer morena es una niña blanca y roja, (en cuya dimensión opuesta) la misma
niña blanca y roja reza a una diosa azul y a una momia de cobre. (En la
dimensión anterior) otra mujer le reza a la luna ocre anticuada, mientras las
flores del mal se apiadan de sus verrugas y una vieja triste espía su caléndula
vagina por una ventana infernal, que no es otra cosa que el reflejo de su alma.
Así, las mujeres difusas asoman desde
el Averno y nos cautivan con sus tinieblas y sus colores que huelen intensos o difusos,
pero siempre perturbadores. Una entidad metafísica, siempre, una cosa-cuerpo
camaleónica que se acomoda en distintos marcos imitando sus perversiones. El
cuerpo ruge, las flores rugen, el hambre de pintura y polvo luminoso apesta el
aire entre la mirada y el cuerpo y las flores y el hambre. El infierno está encantador esta noche.
Carlos Di Lorenzo,
Septiembre 2010
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